Lo interesante de esta obra es que generó una reseña de Jonathan Farley, un matemático especialista en teoría de retículas y conjuntos ordenados. En ella critica (según yo, con justicia) el filme "Los crímenes de Oxford", que hace un énfasis innecesario en el sexo, al igual que en otras películas de corte similar. Claro, es previsible que así sea siempre que la Matemática aparezca con protagonismo en el cine, pues en muchos casos no se abordan facetas triviales de la Reina de las Ciencias.
Y este párrafo (la traducción es mía) es particularmente notable.
A decir verdad, los estudiantes de posgrado en Matemática están más interesados en los números primos que en sus instintos primarios. Yo ni siquiera besé a una muchacha hasta dos años completos después de obtener mi doctorado. Cuando trasnochaba en mi cuarto en Oxford, como un estudiante de primer año de posgrado, no soñaba con una bella chica zambiana del Wadham College; lo que yo deseaba era poder demostrar el Último Teorema de Fermat y así poder morir felizmente al siguiente instante, aún si no pudiera contarle a nadie lo que había hecho. (gardian.co.uk, 5/12/10)Mi caso es distinto. Por supuesto que la comprensión de la teoría de categorías, los números duales y su relación con el contrapunto ocupaba mucho de mi cerebro cuando empecé la maestría. Aún así, otro tanto igual (o mayor) lo ocupaba (y lo sigue ocupando) mi esposa Angélica. Fueron muchas las veces en que huía de la ciudad de México a toda velocidad para estar con ella, y más de una vez perdí un autobús por quedarme a su lado.
Sin embargo, como dice Farley, ciertamente hay matemáticos que no se interesan en intimar al nivel amoroso con otros seres humanos. Pero hay otros (y algo me dice que la mayoría) que sí. En particular me gusta citar los casos de Esther Klein y su esposo Georges Szekeres, o el de Leopold Vietoris y su esposa Maria Riccabona, parejas a las que sólo la muerte pudo separar.
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