martes, 27 de agosto de 2019

Bajarte la Luna

Desde hace más de un mes que quiero escribir esta entrada, porque debiera haberla publicado como celebración de la llegada de la humanidad a la Luna.

La cuestión es que las teorías de conspiración sobre el tema gozan de notable buena salud en pleno siglo XXI. Si bien hay una lista bastante grande de confirmaciones independientes de que el viaje de Armstrong, Collins y Aldrin ocurrió como está documentado en audio, fotografías, video y mediciones científicas, esto no es impedimiento para que gente inteligente que conozco manifieste dudas de su veracidad.

En México es particularmente punzante este tema pues en el museo Universum de la UNAM hay muestras de rocas lunares traídas por los astronautas de las misiones Apollo, lo que debiera despejar cualquier sombra de duda. No es tan fácil, sin embargo, porque a fin de cuentas se puede argumentar que tales muestras podrían haber sido colectadas de forma robótica o simplemente halladas en la Tierra, sin mencionar que en sí podrían ser falsas.

Esto nos coloca en una complicada situación epistemológica que tal vez solo podría resolverse viajando hasta el Mar de la Tranquilidad en la Luna, mirar en persona el módulo lunar y recuperar evidencias de que alguna tripulación lo alunizó ahí en 1969. Puede que no sea una actitud del todo ridícula. Yo jamás he mirado un electrón, un neutrón ni un protón, y ejecutar los experimentos de Thomson, o los de Rutherford-Geiger-Marsden, o los de Chadwick, está fuera de mi alcance. Sin embargo, puedo observar otros fenómenos macroscópicos que se explican bastante bien si se acepta que tales partículas existen, como la sensación al jugar con una caja de toques, la acidez estomacal o el funcionamiento de los detectores de humo. Y por supuesto que este tipo de dudas son sanas para la ciencia, pero que no pueden rayar en la locura de un escepticismo absoluto ni desechar gratuitamente a la deducción lógica, la argumentación matemática y la evidencia indirecta.

El que haya dos piedras lunares en México es responsabilidad directa de Gerardo Suárez Reynoso y Jorge Flores Valdés, que lograron que la NASA se las prestara a la UNAM en 1994. Una fue obtenida por el mismísimo Neil Armstrong en la misión del Apollo 11 y pesa 185 gramos. La otra, por Harrison Schmitt en la misión del Apollo 17 de 1972; es de 24 gramos y se puede tocar.

Ahora bien: hay tres maneras independientes de validar las muestras lunares. Por un lado, está el material recolectado por las misiones tripuladas estadounidenses; por otro, los meteoritos que se han encontrado en la Antártica y, finalmente, las muestras de las misiones robóticas soviéticas. En los tres casos se han examinado y coincidido en sus características en generales, y en particular delatan composiciones y edades semejantes.

La cuestión enseguida es que hay que ser especialista en mineralogía para verificar todo hasta el último detalle, y aquí sigo a un excelente artículo de Paul D. Lowman para lo más general. Lo primero es que la composición de las rocas lunares es consistente con una ausencia de agua, pues ésta altera significativamente a los minerales en la Tierra casi de inmediato. En segundo lugar, una ausencia de oxidación, y que es básicamente por lo cual la Luna se mira tan gris en comparación con los cafés, amarillos y rojos presentes en la Tierra. De hecho, Harrison Schmitt recogió una muestra de suelo naranja en la Luna porque es geólogo y le llamó la atención un color tan peculiar en medio de la grisura lunar (y que resultó que no era por oxidación, por cierto). En tercer lugar, la mayor parte de las rocas traídas por los astronautas son brechas, esto es, una especie de roca que parece como un panqué con pasas. Estas se forman fácilmente durante los impactos como los que han ocurrido en la Luna, donde se forma magma y quedan “atrapadas” en él otras piedras al irse solidificando, y que son algo más raras en la Tierra. En cuarto lugar, y como dice un sitio muy detallado pero muy técnico sobre el tema, las rocas lunares contienen gases conformados de proporciones de isótopos que no hay en la Tierra, sin mencionar que tienen edades de cristalización que son más antiguas que cualesquiera de las conocidas en nuestro planeta.

En fin, esto es lo que puedo explicar someramente, y que son argumentos totalmente convincentes desde mi punto de vista. Además, he estado en el Universum y visto con mis propios ojos las rocas lunares; les recomiendo hacer lo mismo. Para mí, pues, este asunto está zanjado, aunque creo que difícilmente rechazaría la oferta de visitar la Luna para cerrar cualquier resquicio escéptico que persistiera en mi cabeza.