jueves, 2 de mayo de 2019

Y no se da una vanidad en vano...

Escribí esto para la ceremonia de entrega de unos reconocimientos de mejores promedios y campeones de una olimpiada de lógica, y que les dejo por si les interesa. Al final me decidí por otras palabras que no hacen justicia a mi sentir pero que, espero sinceramente, me hicieron ver menos odioso ante los demás.

La matemática es tan vasta que, para avanzar nuestro conocimiento, se necesitan a muchas personas para lograrlo. No solamente porque cada vez es más titánica esta tarea, sino porque para abrir brecha se necesitan enfoques creativos que, muy difícilmente, pueden salir de un solo grupo reducido de personas. Todos aquellos que tienen interés en la matemática son necesarios.

Para ejemplo, me viene primero a la mente el reverendo Thomas Bayes, que publicó nada en vida bajo su nombre, pero que su descubrimiento en probabilidad es vital para varios campos y en particular para algo tan contemporáneo como la inteligencia artificial. Mucho menos hay que olvidar a Richard Price, que fue quien reconoció la importancia de los escritos de Bayes y los preparó para su publicación.

Uno más que creo que vale la pena nombrar es a Christian Goldbach, que fue amigo de Euler y que es famoso por la conjetura que lleva su nombre, la cual ha sido campo fértil para nueva y fascinante matemática. Tal conjetura fue planteada de forma epistolar (como una conversación, pues) y se dice que fuera de ello Goldbach contribuyó con muy poco original a la matemática. Estoy en total desacuerdo, y creo que es evidente la razón.

Tanto Bayes como Goldbach probablemente no figurarían en "el cuadro de honor", pues distarían grandemente y por volumen de gigantes como Karl Pearson o Leonhard Euler. Pero es gracias a las contribuciones colectivas que la matemática es la ciencia viva de hoy día. Es por ello que conmino principalmente a aquellos que en el día a día luchan por comprender los arcanos de nuestra ciencia y apenas consiguen aprobar sus exámenes a no cejar y, muy por el contrario, redoblar esfuerzos, para que en un futuro cercano logremos comprender lo que hoy es inaccesible.

Cierro con un último ejemplo. Reconocemos, sin duda, el tesón y brillantez de Andrew Wiles para conseguir demostrar la última conjetura de Fermat, pero no debemos olvidar que su obra se levantó sobre los cimientos que colocaron Frey, Hensel, Kummer, Langlands, Ribet, Shimura, Taniyama, Tunnell, Weil y tantos otros, y de los cuales no me habría enterado con justicia si no fuera por el primoroso y diáfano detalle con el que escribió un artículo de divulgación Fernando Q. Gouvêa. A todos ellos, por lo menos yo, les agradezco de todo corazón su esfuerzo, lo mismo que a ustedes, alumnos que diariamente luchan contra sus demonios cartesianos. Enhorabuena.

P. D. (09/05/19): Recordé haber leído que los grupos grandes de investigación tienen precisamente el problema de que no son muy creativos. Y tiene sentido, precisamente por los problemas de comunicación que ello entraña. Sin embargo, creo que se mantiene mi punto porque yo observo que la "crema y nata" jala a más "crema y nata" aunque sea en grupos pequeños de investigación, y en esa retroalimentación simplemente se perpetúan ciertos temas favoritos. Comprendo ahora un poco mejor a Grothendieck cuando hablaba sobre el valor "de estar solo": no es en sí en la cuestión de estar aislado, sino en tratar de no prolongar líneas de pensamiento simplemente por congraciarse con los demás.