Este asunto de las competiciones académicas ya lo he tratado antes, pero creo que es buen momento
de agregar nuevas reflexiones.
Primero que nada, debo decir que este tipo de justas son excelentes para resolver problemas
relacionados con tecnología con el fin de conseguir avances sustanciales. En principio, si deseamos obtener un
robot capaz de tocar convincentemente el violín, un proceso para extraer dióxido de carbono
de la atmósfera o la demostración más corta posible del teorema de
Perelman-Poincaré y tenemos prisa, un concurso tiene una alta probabilidad de entregárnoslos.
Sin embargo, si se supone que la primordial razón para hacer matemática es para entender
y ampliar nuestro conocimiento sobre ciertas entidades abstractas, ¿por qué importa quién
ha de lograrlo primero o que esto suceda lo más pronto posible? Además, el pionero o campeón rara vez hace el esfuerzo por explicar
sus métodos de manera que todos los demás puedan verificar sus resultados o extender sus métodos,
y son legiones de otros matemáticos (que no alcanzan amplio reconocimiento por lo general)
quienes se encargan de sistematizar y exponer. Esto ya lo ha señalado con gran maestría
Jordan Ellenberg (quien, además, tiene autoridad moral para manifestarse pues es medallista olímpico
y campeón del Putnam), y no está por demás leer los argumentos de Izabella Łaba, con su característico estilo contundente,
cuando afirma que la actitud de los matemáticos a lo largo de los siglos ha sido más competitiva que cooperativa.
A modo de ejemplo, y para redondear lo que digo, hay que señalar que, en mi humilde opinión, Leonhard
Euler mismo ha sido víctima de esto. Sus obras sobre mecánica hicieron mucho para poder
aprovechar los métodos de Newton y Leibniz en la ingeniería práctica y su notación está
ampliamente difundida por ser, efectivamente, clarificadora, y sin embargo es muy
raro que un ingeniero o el público en general lo coloquen en el panteón de los matemáticos
ilustres. Hay que reconocer que ni Arquímedes (a quien admiro) ni Gauss (a quien no tanto), entre
otras luminarias, nunca hicieron mucho por desgranar sus prodigiosos artilugios que les permitían sondear las maravillas de la matemática.
Es por esto que yo me opongo a que se realicen concursos de matemática a diestra y siniestra.
Me parece que es tóxico el fomentar la imagen del matemático como un genio que acaba con
los "dragones" de los problemas con apenas algunas estocadas impulsadas por la fuerza
arrolladora de su capacidad intelectual. No sobra remarcar el problema del efecto Mateo: cuando se
realizan las pruebas preliminares, normalmente
los competidores distan poco unos de otros, pero hay un ganador. A este ganador se le entrena
y, obviamente, amplifica su ventaja sobre sus compañeros, y en futuras iteraciones de las
competencias refuerza su dominio y se le entrena aún más. Pero sólo podemos, por definición,
obtener una cantidad limitada de matemáticos por esta vía, ¿no es mejor destinar esos recursos
de entrenamiento a todos los que sientan vocación por la matemática? Hay simulaciones que demuestran que dar un poco (aunque sea ínfimo) a todos es mejor que dar a manos llenas a los
más "talentosos" para conseguir avances.
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