martes, 31 de diciembre de 2019

La última del 2019

En mi cumpleaños tuve el gran gusto de recibir algunos de mis regalos favoritos: ¡libros! Uno en particular lo había ansiado tener en mis manos desde que la Royal Society le otorgó el Science Book Prize en 2016: «The Invention of Nature» de Andrea Wulf.

Aparte de ser una obra laureada, lo que más me estimulaba para leerla era que trata sobre Alexander von Humboldt, un científico al que admiro mucho desde que supe que colectó varios datos muy valiosos sobre Mesoamérica, y sobre Mitla en particular.

Grande fue mi decepción, por lo tanto, al descubrir que Wulf le dedica apenas unos párrafos al viaje de Humboldt por mi patria, sin mencionar para nada a mi amada Oaxaca. Pero todavía más lo fue por la mala prensa que le dedica a la matemática. En un pasaje, por ejemplo, afirma que el medio primario de Humboldt para entender a la naturaleza es la comparación y no la «matemática abstracta o los números». En otro va tan lejos como para afirmar que William Herschel tenía la idea de un universo evolucionando que «no estaba basado solo en matemática», sino una entidad «viva que cambia, crece y fluctúa».

Me parece que en general Wulf no se ha acercado mucho a la matemática que digamos, pues el cálculo infinitesimal ¡justamente estudia lo que cambia, crece y fluctúa y es indispensable para los astrónomos desde hace siglos! Quizá por eso acepta el cliché de la «frialdad matemática» sin miramientos, tomando a la reina de las ciencias como una especie de maldición que a todo vuelve un mecanismo sin sentimientos o algo por el estilo. Wulf apenas y menciona la cercanía entre Humboldt y Gauss, y solamente en la bibliografía se entera uno de la mucha correspondencia entre el prusiano y Gustav Lejeune Dirichlet. Muy de pasada informa Wulf que Humboldt patrocinó a un «joven matemático» con 100 táleros... Si infiero correctamente, entonces estamos hablando de ni más ni menos que Gotthold Einsenstein, que correspondió a este gesto con creces, haciendo contribuciones notables a la teoría de números y el análisis.

Aprovecho para mencionar que, si no recuerdo mal, la idea de tener miradas más globales y conectoras de la matemática que tanto distinguió a Berhard Riemann venía precisamente de Lejeune Dirichlet, y cuesta poco trabajo suponer que ese espíritu provenía de Humboldt en alguna medida.

Otro aspecto que no me gustó del libro de Wulf es que al final parece más un panfleto de ambientalismo recalcitrante que otra cosa. Si bien es difícil diferir con Humboldt en que la cultura humana en general es perjudicial para los ecosistemas en cuanto al funcionamiento que han tenido durante millones de años, también es cierto que la cultura y la vida humana tienen valor. Sin duda hay que moderar la ambición (en especial de la comodidad) que muchas veces ofrece el capitalismo o el libre mercado, pero también es complicado construir un barco, instrumentos científicos o imprentas sin afectar al medio ambiente. Creo que justamente lo que observó George Perkins Marsh sobre el Egipto antiguo, una civilización que duró miles de años y que consumía unas diez mil veces menos energía per cápita que la contemporánea, basta para convencerse de que a lo más que podemos aspirar es a maximizar nuestro paso por el planeta minimizando los estragos para el resto de los seres vivientes, justamente aprovechando la tecnología y conocimiento que tanto hemos luchado para obtener.

Hay que recalcar que todo ese saber se ha logrado no solo con visiones panorámicas, sino también en la vuelta del péndulo que se concentra en fenomenos puntuales, como lo son el origen de la gravedad, la radiación de cuerpo negro o el mecanismo concreto para la transmisión de la información genética, por mencionar unos cuantos casos.

En fin, quien desee recordar que la contemplación artística de la naturaleza y el maravillarse de que podemos comprender y predecir su comportamiento no están peleados, seguro disfrutará este libro. Yo no, porque ya pasé por ese romanticismo un tanto ramplón cuando estudié el bachillerato y creo que el universo es más complicado que unos pocos eslóganes fáciles de memorizar. Esto lo refrendó Humboldt mientras componía su última obra maestra, «Kosmos», y vale citarlo como cierre.
«Es casi con renuencia que estoy a punto de hablar de un sentimiento, que parece surgir de puntos de vista de mentes estrechas, o de un cierto sentimentalismo débil y mórbido –aludo al "temor" que tienen algunas personas de que la naturaleza pierda gradualmente una porción del encanto y la magia de su poder a medida que aprendemos más y más cómo desvelar sus secretos, que comprendemos el mecanismo de los movimientos de los cuerpos celestes y que estimamos numéricamente la intensidad de las fuerzas naturales.»

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