jueves, 29 de julio de 2010

Gajes del oficio

No he tenido chance de actualizar la bitácora porque recién he regresado a Oaxaca... y no es fácil conectarse a la Red donde vivo.

Lo que quisiera comentar en esta ocasión son algunos hechos interesantes que sucedieron cuando el Dr. Lluis y yo dimos unos recitales con todas las sonatas para piano y guitarra de Anton Diabelli.

El primer recital fue en la Casa de la Cultura de Azcapotzalco. Todo iba relativamente bien hasta que observamos que había muy poco público. Resulta que hasta ese día no habían anunciado el recital y a la mera hora estuvieron invitando a la gente para que asistiera; a lo más se ocuparon una decena de asientos y cabían como 50 personas.

Para el segundo recital el recinto fue ni más ni menos que el alcázar del Castillo de Chapultepec. Tal vez porque el evento nunca se anunció en la página del Castillo (y quizá también por lo del Mundial), hubo poca asistencia. Lo verdaderamente calamitoso ahí fue el vuelo de una gran mariposa negra que se acercó y distrajo seriamente al Dr. Lluis durante un buen rato. Como yo estaba muy concentrado en la música (y dado que habíamos acordado que en caso de un error ambos seguiríamos a rajatabla el tempo) no lo supe hasta finalizado el recital. De haberlo notado, me habría detenido y esperado a que se recuperase el Dr. Lluis.

En el Museo del Carmen, donde fue el tercer recital, todo estaba bastante bien salvo la iluminación. La falta de luz dificultó la lectura de la música, lo que acarreó consecuentes y numerosos errores.

La siguiente presentación fue en la sala Hermilo Novelo, del Centro Cultural Ollin Yoliztli. El piano era de cola completa y se iba a grabar la sesión, así que no tuve amplificación y prácticamente no se oyó la guitarra. Pero el técnico nos dijo que la grabación quedó bastante bien, así que valió la pena; además, la sala se llenó.

El quinto recital fue en la Casa de la Cultura de Tabasco, en su sede del Distrito Federal. El problema ahí, increíblemente, era que el piano era novísimo. Entonces, por la humedad, al pulsar algunas teclas los apagadores se atoraban y quedaban sonando notas que a la larga eran discordancias. No se pudo resolver el inconveniente satisfactoriamente, pero la función tuvo que continuar.

El sexto y último recital tuvo lugar en el museo Anahuacalli. Ese estuvo bastante cerca de ser perfecto, y el único contratiempo fue que no se encendió la bocina al inicio y tuvimos que reiniciar la primera sonata. Ahí me llamó mucho la atención la supuesta "pirámide" y toda la construcción de piedra volcánica. Seguro le costó al maestro Rivera una buena lana.

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