martes, 30 de abril de 2013

Mal de muchos...

Leí algo en Slate que de verdad me encabronó lo suficiente como para vociferar al respecto.

Dice el título "¿Cómo se siente ser malo en Matemática?". Y empieza prometedor el artículo con las tonteras que de por sí hacen los estudiantes en las clases de Matemática, para luego chingarla y enunciar: "Ah, pero ¿saben por qué son así? Por que se sienten tontos, y a nadie le gusta eso. Yo también, cuando llevé topología, por ejemplo...".

¡Pero no es ni de cerca un buen pretexto! ¡En el nivel que sea! Una explicación, quizás, lo es. Pero no es una justificación para llorar y ser un holgazán. Yo también no le entendía a la resta cuando estaba en segundo de primaria, me quedé afuera del salón porque me tardé mucho en hacer operaciones en sexto grado... De secundaria no recuerdo si hubo alguna cuestión difícil, pero en bachillerato no pescaba las definiciones por cuadrantes de las funciones trigonométricas, me costó mucho trabajo entender todo lo de las cónicas, en fin.

¡Desde luego que en la licenciatura se pone peor! No me hablen de Ecuaciones Diferenciales o en Derivadas Parciales, ni de Teoría de Control, ni de Optimización Combinatoria. En la maestría, el curso de Categorías me hizo sentir tremendamente idiota, seguido muy de cerca por el de Geometría Algebraica.

Aún así, nunca me amilané. Me ponía a hacer mi tarea, ponía atención en clase, tomaba notas, hacía mis propios apuntes cuando entendí que era necesario, y preguntaba cuando asimilaba lo suficiente. De modo que, si es por evidencia anecdótica de la quesque ansiedad matemática, mejor llévenle ese hueso a otro perro. He dicho.

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