Aunque debo reconocer que hicieron algo magnífico: preguntarle a los herederos de la cultura que construyó la soberbia pirámide de Kukulcán su opinión sobre las nuevas siete maravillas.
"¿De qué nos sirve a nosotros que declaren a Chichén Itzá maravilla del mundo? El gobierno promueve y hace campañas, pero a nosotros nadie nos ayuda, si llega dinero, no será para nosotros", comentó Marcelo, un indígena que camina por las ruinas ofreciendo artesanías a los turistas.
Así es. ¿Cómo dice la gobernadora de Yucatán? "Tierra de astrónomos, de maestros matemáticos, de valientes guerreros, grandes arquitectos". Algo así. Por si no dijo "poderosos chamanes", lo agrego. Pero los descendientes de esas personas viven. Siguen haciendo cosas prodigiosas. Digo, mantener viva su lengua y sus costumbres no es nada fácil, mucho menos hoy en día. Más aún: toda Mesoamérica es tierra de gente que realiza esplendorosas creaciones y grandiosas hazañas, y Chichén Itzá no es más que una brillantísima muestra.
A modo de colofón, reproduzco la última parte de la nota.
"Antes éramos campesinos, pero tampoco había apoyo. Ahora vendemos artesanías y tampoco nos apoyan, y tenemos miedo de que después de esto nos vayan a querer prohibir vender nuestras artesanías", confesó.
Marcelo vive en uno de los dos pequeños poblados que se ubican al lado del sitio arqueológico: Piste y Chichén Itzá, cuyos restaurantes y comercios lucen desiertos a pesar de la gran afluencia de turistas nacionales y extranjeros.
"Casi no hay clientes porque a los turistas, sobre todo a los extranjeros, los traen en 'tours' con todo incluido, no paran aquí a comer, los meten a los autobuses y se regresan a Mérida o a Cancún", comenta María Ramírez, una mesera de Piste.
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